Shh..silencio. ¿Lo escuchas?
Suele llamarse amor y lo estoy escribiendo con la tinta del otoño, con la pluma con la que acaricias cada noche mi cuerpo, con los ojos que me miran sin complejos, con las cicatrices que me piden a gritos que las cure, que las sane, que ya están sangrando. Escribo la palabra amor con el comienzo de un invierno, con el final del universo, con tu presencia en el infinito. Escribo la palabra amor con tu nombre.
Está lloviendo. No sé si te estás enterando de ello. Tranquilo, que esta vez no soy yo por dentro. Truenos y relámpagos que iluminan la habitación en la que nos hallamos. Tiritas como un astro en el firmamento. Yo te arropo. Con silencio, con cautela, me acurruco a tu lado, en el extremo izquierdo de la cama, porque sé que tus ojos me están pidiendo a gritos que me aparte de ese sofá, me están retando por venir a buscarme. Ya voy yo.
Mi sexto sentido se estremece cuando me abrigo con tu piel. Estoy buscando tus manos frías debajo de esa manta que te tapa, a la que te agarras con fuerza. Estoy esperando a que llegue el amanecer para ver como tus manos apagan ese despertador para que yo me haga la dormida y espere nuestro buenos días en un formato único que tú y yo solo conocemos; el gemido.
Espero a que la ciudad oscurezca. Espero el frío de la noche para salir corriendo a buscarte por la Gran Vía. La gente empieza a darse cuenta de que está más bonita desde que estamos juntos, desde que es testigo de nuestros besos, discusiones y reconciliaciones a medias que acaban en la cama.
No necesito que me ganes a ningún juego si ya me tienes ganada en todos los aspectos. No necesito que me escribas una poesía cada noche si prometes no tocar a ninguna otra con las manos que han acariciado todas y cada una de las calles que forman la silueta de mi cuerpo.
He encontrado un vacío en tu cuerpo, entre tus labios y el contorno de tu clavícula hasta llegar a tu pecho y nunca un vacío me había llenado tanto; lo prometo.
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