Susurro en el oído.

martes, 23 de julio de 2013

Sus locuras la llevaron a la cuerda floja. Sus locuras la llevaron a no sentir más.

Acabó mal como todas las historias de amor. 
Ella estaba acostumbrada a subirse cada noche a unos tacones para salir a triunfar. Era increíble. Una chica fuera de lo normal, de esas que pocas veces te encuentras. Se sentaba con esa tierna delicadeza en los taburetes de esa barra mientras sabía que todos la miraban y babeaban por ella. Llamaba al camarero al que sonreía y este dejaba todas las copas a medias que estaba sirviendo para ayudar a una gran señorita. Ella pedía lo mismo de siempre. Ron con cola. Los hombres se empezaban a acercar y como siempre ellos acababan pagándola las copas. Pero la conversación de estos no la llenaba tanto como una copa la llenaba. Decidió salir a fumarse un pitillo y mientras estaba sentada en el primer escalón del garito, un chico se acercó a ella y la pidió fuego mientras se sentaba a su lado. Ella se lo dio y cuando se giró para dárselo la sonrisa de este la descolocó. ¿¿¿QUÉ??? ¿Cómo era posible? No podía ser. Se fueron a casa del chico y para extrañeza de ella no lo hicieron. A la mañana siguiente, cuando él ni siquiera se había despertado, se vistió, cogió sus cosas, le anotó su número en la nevera y se fue. Él la llamó. Empezaron a escribir una historia...tan bonita...tan irreal..tan perfecta...tan de película. Ella no se lo creía. ¿¿Que estaba pasando dentro de ella?? Pasaron unos cuantos meses y se decidieron a hacerlo. Las cosas empezaron a caer  en picado acabaron cada uno por su lado.  
Ella le seguía viendo. Tal vez una noche sí y una no. Pero las noches en las que le veía, ella moría por dentro. Que bonito fue todo. De repente un día a eso de las cuatro de la tarde, ella estaba en una terraza tomándose un café y él, que paseaba por allí con su perro Scott, decidió acercarse. Ella intentó ignorarle y sacó un cigarrillo para intentar ocultarse su maldita ansiedad. Él la apartó el cigarrillo y la besó. Ella, atónita le dijo:
 -Mira, no vas a ser diferente. Ya lo has sido. Has tenido tu puta oportunidad en la que me has hecho sentir la persona más feliz del mundo. Prometí no querer nunca a nadie y ahora vienes tú y me descolocas y me dejas y  ahora coges te sientas aquí, que nadie te ha dado permiso para ello, y me besas. ¿De qué vas? No hables, que no quiero ni saberlo. Déjame olvídate de mí, borra mi número. No voy a ser la tía a la que echas un polvo cuando a ti te da la gana. No, no seguir viviendo una mentira cuando llevo toda la vida que he vivido, viviendo una puta realidad. Y bueno si te duele esto, pues lo siento. Más me dolió a mi quererte y que tú mintieras en todo esto. Podías haber acabado con esto un poquito antes que nos hubiéramos ahorrado sufrimiento. Tal vez nunca debí conocerte en esas escaleras. Tal vez nunca debí ofrecerme a darte fuego. Tal vez nunca debería haber pasado algo entre nosotros. Y ahora, me voy no quiero estar en los mismos sitios que tú, no quiero compartir nada contigo. No por ahora. Adiós.
Ella cogió su bolso, su tabaco, se encendió un cigarrillo y se alejó de él.  Nunca volvió a sentir nada por un hombre, él la vació para siempre. Ya ni las copas la llenaban. Él se quedó parado y por un momento se dio cuenta de que lo había hecho mal, de que se pasaría el resto de su vida buscando a alguien como ella. Alguien a quién nunca encontraría.

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