Siempre le han dado miedo mirar las hojas de los folios en blanco,
siempre ha actuado con el monstruo que lleva dentro,
siempre ha sabido controlar y jugar
con el amor y con ellas.
Todavía no se ha comprado un reloj
para aprender a no llegar tarde como siempre;
y si lo lleva no le sirve para nada.
A partir de ahora todos su días son de color gris, sobretodo los martes y más si son catorce. Todo los catorce una rosa en la mesa de ella, como quien recibe cartas cada día. Ninguno de estos versos se comparan a las ganas que te tiene o a la de besos que te debe. Eras su tristeza por naturaleza, su vaiven de sentimientos, sus mariposas en el estómago que todo monstruo en contra del amor devora; eso hizo el tuyo. A él que nunca le había gustado que tantas mariposas revolotearan por ahí, siempre le mareaban por eso siempre las vomitaba. Sí, la echaste de tu vida después de que pusiera todo patas arriba, después de que pintara todas las paredes de tu casa de su color preferido, después de dejarte marcado. Que estúpido fuiste, que la dejaste marchar por una mierda de kilómetros que os separan y que tu no eres capaz de soportar. O tal vez por un orgullo al que quieres mas que a ella. Ahora se pinta todo de su color preferido porque se ha quedado una maldita mitad suya contigo, bien guardadita, porque aunque te joda la cuidas. Aquí ambos con la mitad de cada uno y echos polvo. Y ninguno es capaz de decir nada al otro.
Menudo orgullo de mierda al que queremos más que a nosotros mismos, que no nos da ni un maldito beso sino que nos da una palmadita en la espalda para que si queremos o podemos sigamos adelante; porque no, no te coge la mano para que te levantes cuando caes.
Dime que harías sin esos abrazos por la espalda que te atan tanto y te hacen sentir seguro, sin unas manos que siempre estén frías y rocen tu piel y la ericen, o sin unos besos que sean de puntillas, sin unas largas carreras por las calles de tu ciudad sin miedo al que diran, o sin unas pérdidas que te recompensen, sin unos dedos que firmen vuestra historia en tu espalda, o de las despedidas en las que te agarran de la mano para darte la vuelta y dejarte sin respiración en un beso. Dime que harías sin eso. Esas pequeñas cosas que ningún orgullo proporciona y que todos los monstruos se intentan comer.
De perder trenes sin esperarlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario