Entramos en tu casa a oscuras, no necesitábamos la luz ya sabíamos a donde íbamos y como acabaríamos, bueno aquí cada uno tenía una forma de acabar las cosas y la mía contigo no iba a ser la de siempre. Poco a poco desabroché los botones de tu camisa blanca, y luego jugueteaba con tu corbata negra que tanto me gusta. Te quité la camisa y pude tocar tu fuerte y dorado torso tan sensual y apasionante como siempre. Empecé a besarte por el cuello y mientras susurrarte al oído que mis ganas no se cansan y que las ganas de ti no se acaban. Mientras tú, sin cordura alguna deslizas tus manos hasta el botón de mis pantalones con ternura, con dulzura, con cuidado y sin reparo. Me agarras fuerte y presiento que no quieres que me vaya o que esto se acabe, pero como un día dijiste nada es para siempre y todo algún día se acaba. Me coges y nos apoyamos en tu escritorio. Me tienes ganas y yo probablemente a ti también. Me besas fuerte y apasionadamente y parece que no hay nada ni nadie que te detenga, que te frene o tal vez sí; yo. Te sigo besando y cogiéndome en brazos me llevas hasta tu cama no precisamente para hacerme el amor. Y sí, probablemente te pillé un poco desprevenido, es aquí cuando te paro, te freno. Sí, yo también me pregunto como pude pararte con esa fuerza que tienes, pero en ese instante te miré a los ojos y no fue como otras veces que era para pronunciarte el 'te quiero' que siempre sentí sino para decirte lo cabrón y lo miserable que eres.
Mi amor propio lo perdí cuando empecé a quererte,
y tranquilo que esto vuelve,
pero tú me perdiste en el momento en el que te fuiste,
y hazme caso esto ya si que no vuelve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario