Le conocíamos como el chico que no se enamoraba de nadie, como el tipo de tío sin sentimientos, insensible que no entiende a las mujeres. Nadie entendía lo que él sentía. Pero solo entonces alguien se dio cuenta de que era así por lo que fue. Él, desde siempre, ha ido con sus aires de chulos que nadie quita, con un cigarrilllo en la mano derecha que nadie apaga solo él y cuando se consume y, siempre tan bien vestido, rara vez era que le pillarás con malas pintas. Pero un día llegó ella. Ella. Joder todavía la recuerda y ninguna se compara a ella. Siempre con sus aires despeinados y con esa ropa escotada que la gustaba tanto. Siempre con sus idas y venidas y llegando media hora tarde, por eso él se acostumbró a recogerla siempre en la puerta de su casa para que ella pudiera tener más tiempo para prepararse. Siempre estaba guapa, daba igual que lloviera, que estuviera mala, que nevera, que hubiera mucho viento. Acabó acostumbrándose tanto a ella que ya no necesitaba ni el amargo sabor de los cigarrillos que ella sustituía por la dulzura de sus besos. Ahora cada vez es más adicto al tabaco, los besos de ella le faltan en cada noche, en cada tarde, en cada ¡Buenos días pequeño!
Y él, podría ser el típico chulo al que nada le duele y que es inmune a los sentimientos pero en verdad con ella, con la chica, de la que se enamoró, era un verdadero calzonazos.
Cuando la luna aparezca,
nosotros entre sollozos, gemidos y susurros al aire,
haremos el amor;
hasta el amanecer, hasta que el sol se ponga.
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