Y él, dejó pasar la mejor oportunidad de su vida, no encontraría ninguna otra chica que le quisiera tanto como ella lo hacía y continuaba haciéndolo.
Nadie lo entendía. Eran felices. Todo el mundo los envidiaba incluso la belleza de la Gran Vía, no era posible que hubiera acabado, incluso ellos no querían admitirlo, no querían ser conscientes de que una tarde de domingo, con lluvia amenazante de tormenta, pintaron en sus ojos un color gris mientras que durante todo un tiempo la habían pintado París.
Ella caminaba, paso a paso, poco a poco, suspiro a suspiro, por todas las calles de Madrid que agarrados de la mano habían recorrido, con la intención de mirar al frente y encontrarse con los ojos que un día la firmaban te quiero en el firmamento. Pero no les encontraba, lo único que encontraba era un vacío que nadie rellenaba, que nadie sabía consolar.
Él. Él se había ido, había decidido olvidarla, lejos, con la intención de volver y ese día encontrarse con ella y reunirse con el frío que le aguarda el caos que produjo esas ruinas.
Sus corazones solo pedían a gritos que volvieran,
que se habían acostumbrado a estar juntos y
desacostumbrarse sería difícil.